El Tribunal Oral N°2 condenó a prisión perpetua a Hugo Gutiérrez (35) )por asesinar a su pareja Analía Aros en una vivienda en construcción del barrio Libertad y simular que había sido un suicidio.
Por Fernando del Rio
El 21 de marzo del año pasado Hugo Orlando Gutiérrez entró en la casa en construcción de French al 8100 y una vez más se preparó para solucionar sus conflictos con Analía Aros (36) de la única manera que sabía hacerlo: con violencia. Lo mismo que había hecho dos días antes cuando había atacado a trompadas a quien era su pareja, con quien convivía y a quien sometía a ese régimen de dominio. Gutiérrez entró y le dio dos golpes en la cabeza con un objeto pesado y luego la estranguló con un cable de luz, el mismo cable que cuando llegó la policía dijo que Analía había usado para suicidarse.
En la mañana de este miércoles, los jueces Alexis Simaz, Néstor Conti y Roberto Falcone desacreditaron el plan de Gutiérrez para humillar una vez más a Aros al hacerla capaz de quitarse la vida y dejar abandonada a sus hijas. Y lo condenaron a prisión perpetua por el delito de homicidio agravado por la relación de pareja y por violencia de género.
La emoción de los familiares de Aros al escuchar la sentencia.
“Ahora ella podrá descansar en paz y nosotros tendremos un poco de alivio. Se hizo justicia esta vez”, dijo la madre de Analía Aros con el rímel corrido por las lágrimas en la misma puerta de la sala de audiencias del Tribunal Oral en lo Criminal N°2.
Gutiérrez, que pidió ponerse de espaldas para evitar cualquier contacto visual con la familia de Aros durante la lectura de la sentencia –luego se olvidó de hacerlo o simplemente no quiso, se quedó custodiado, sin respuestas emocionales.
El caso, propio de un enigma de cuarto cerrado pero con un contexto que facilitó la reconstrucción sin ninguna duda para el fiscal Fernando Berlingeri, se apoyó también en la ciencia forense, al determinarse que Analía Aros nunca pudo haberse ahorcado por dos razones: el surco horizontal y discontinuo que el cable mortal imprimió en su cuello y porque estaba, ella, con un grado de alcohol en sangre de 2,47 (gr/ml) que le impedía cualquier maniobra de ese tipo.
La escena del crimen fue una vivienda en construcción a la que planeaba irse a vivir Aros con su hija por, precisamente, su deseo de alejarse de Gutiérrez, objetivo de compleja realización por esos mandatos que las relaciones enfermizas poseen.
Pasadas las 6 de la mañana de ese 21 de marzo, Analía llegó al domicilio de calle French tras pasar la noche con Gutiérrez y se dirigió a los fondos, donde estaba su futura casa. El dueño del lugar, un amigo de Aros y del propio Gutiérrez, la vio entrar y se retiró poco después a llevar a su hijo colegio. Horas más tarde, a las 9.15 vio llegar a Gutiérrez anunciándole que Analía se quería matar. Esa advertencia ya era parte del plan, según la Justicia, ya que minutos más tarde Gutiérrez comenzó a los gritos. El amigo de la pareja fue hasta los fondos y los encontró: Gutiérrez sostenía en el piso a Aros y chillaba que se había suicidado.
En el juicio el femicida volvió a insistir con su relato, pero los testigos lo desmintieron. También la realidad de un vínculo violento que no pudo ocultar. Al pasar reconoció que durante la madrugada habían bebido y discutido, y no pudo excusarse de los ataques previos, casi diarios según la Justicia, contra la mujer.
“La sometió casi diariamente a golpizas para que hiciera lo que él quería, la sometió a un fuerte maltrato físico el domingo 19 de marzo de 2017, discutieron fuertemente en la madrugada del 21 de marzo de ese año, luego la golpeó fuertemente en la cabeza en dos ocasiones, hasta que finalmente la estranguló”, dice el fallo del Tribunal Oral N°2.
La única persona que estuvo con Analía Aros minutos antes de su muerte fue Gutiérrez y la autopsia a cargo de Policía Científica determinó que fue un homicidio. Gutiérrez intentó montar una escena de suicidio, pasando el cable con el que ahorcó a Aros por el marco de una ventana. Los peritos analizaron el cable, la ventana, los ladrillos y no había marcas de tensión. Incluso al reconstruir el denunciado suicidio, con una oficial de policía jugando el rol de Analía Aros, la ventana cedió por su propio peso.
La defensa, con natural y lógica postura, pretendió convencer a los jueces que no estaba acreditado que el asesino de Aros haya sido Gutiérrez. Buscó hallar beneficio en las dudas, pero no pudo contra la evidencia física y el contexto.
Gutiérrez escuchó la sentencia en soledad. Nadie de su entorno fue a verlo o saludarlo. Firmó la resolución que lo condena a un encierro perpetuo al mismo tiempo en que los familiares de Analía Aros lloraban, agradecían y decían a los periodistas “Este hombre no podía quedar libre. Hubo Justicia”.